Giverny, uno de los secretos más románticos de Francia

París, la ciudad del amor y de tesoros escondidos
Que París es la ciudad del amor por excelencia es conocido por todos. Que esconde tesoros de los que enamorarse, también. Pero hay uno en concreto a escasos 80 kilómetros de la capital del amor que es capaz de sumergirte en un océano de color, luz y perfume. Y tú ya lo conoces. Lo has visto en libros, museos, fotografías, películas y series de televisión. La última ha sido «Emily en París«. Emily, en su cuarta temporada, busca desesperadamente a Camille quien se ha refugiado en este paraíso de nenúfares, tal como lo hizo el mismísimo Monet hace ya más de un siglo, para olvidar un amor imposible.

Giverny y Monet
Se trata de Giverny y los jardines de la casa de Monet, el pintor cuya obra “Impresiones” dio nombre a uno de los movimientos artísticos más revolucionarios del arte en el París de Napoleón III: el impresionismo. Pintor reputado entre el círculo de los amantes del arte que se reunían en el Café Guerbois, se instaló en esta romántica vivienda del siglo XIX para dar vida a sus dos pasiones: la pintura y la jardinería.

La visita al pictórico pueblo normando de Giverny y, en especial a la casa del pintor, es una de los momentos más románticos que puedas vivir en París. Recorrer sus estancias coloridas de azul, amarillo, rosa o verde es sinónimo de saltar dentro de uno de sus cuadros impresionistas. Monet buscaba sensaciones, impresiones en las cosas que observaba al aire libre o desde sus grandes ventanales, como verdaderos elementos del mundo, elementos cambiantes según la luz, el color o el estado de ánimo. ¿Acaso no es eso el amor? ¿Una sensación cambiante?




El jardín de Monet: una de sus mejores obras
Amante del arte japonés, Monet dio forma durante años a una de sus mejores obras: el jardín
de su casa. El olor de las rosas es embriagador, ocupa todo el aire y el espacio. Inunda las fosas nasales y llega hasta el cerebro el perfume de un jardín fresco, cuya brisa suave, aterciopelada, hace cerrar los ojos. Ante la vista se descubre un lago verde, cuyas aguas polvorientas, musgosas y turbias sostienen los pequeños nenúfares que saludan tímidamente a los visitantes curiosos. Los hay, como las rosas, de todos los colores. Mientras, los álamos lloran a su orilla.
Las libélulas, abejas y otros participan de la perfecta cita romántica. Y allí, con su larga barba blanca y su sombrero, es fácil imaginar cómo Monet sigue observando, dispuesto siempre a captar el momento.




No esperes al próximo San Valentín para vivir tu mejor cita. Incluye la visita a la casa de Monet en tu próximo viaje a París. Desde la Estación Paris Saint-Lazare, los trenes hacia Giverny tienen varias salidas al día. Y una vez que has conocido la inspiración de Monet a través de tus propios ojos, no olvides visitar l’Orangerie donde los Nenúfares se convierten en una «ilusión de ser un todo sin fin, una onda sin horizonte y sin orilla», una obra única en el mundo.
