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Un patio andaluz en el corazón de Madrid

detalle del jardín casa Sorolla

Un patio andaluz en el corazón de Madrid, o los jardines del museo Sorolla, podría ser el título de un capítulo en la vida de cientos de personas. Cientos de andaluces que acaban en la capital. Atrapados en un torbellino incesante de ruido, personas y mareas que vienen y van. Nada ni nadie se detiene en Madrid. Un día estabas disfrutando del olor a jazmín y otro, otro día estás corriendo sin saber muy bien por qué ni a dónde vas.


Hasta que paseando en una ciudad en la que el arte del paseo es sencillamente difícil, descubres una puerta entreabierta. Una fuente. Azulejos. Vegetación. El murmullo del agua mueve algo dentro de ti y atrae tu sangre como si fuera un imán. Un recuerdo. Nostalgia. Familia. Tierra. Dónde alguien ve un muro de ladrillo, simple, muerto…un andaluz escucha el rumor de un patio. Un andaluz detiene entonces su paseo ante esa puerta. Y ahí está, delante de ti: Los jardines del Museo Sorolla.

entrada del museo sorolla
Puerta principal del Museo Sorolla,  Paseo del General Martínez Campos, 37. Madrid

La primera vez que entré en la casa-museo del señor Sorolla y Bastida (Valencia, 1863-1923) me llevé una sorpresa. Definitivamente, los jardines del museo Sorolla me acercaron a él. Fue un patio cordobés en el corazón de su casa lo que me llamó la atención. Así lo llamó él. Así lo quiso el pintor.

Córdoba, un jardín de Sorolla

Y antes que escribir de la luz de Sorolla, de sus aguas mediterráneas y de su musa, antes me deleitaré con las pinturas de los jardines del museo Sorolla.

Ahora puedo imaginar cómo era la Córdoba de Al-Ándalus. Sus jardines no eran los del Edén ni los del paraíso. Que esos nadie los conoce. La Córdoba del siglo X, la de los oasis y vergeles incontables, no era otra que un jardín de Sorolla.

Jardín de la Casa Sorolla, 1919

Viajes de Sorolla

Sorolla dejó su Valencia natal para venir a Madrid y contemplar la colección del Museo del Prado (como tantos otros) para estudiar al genio Velázquez. Viajó por Italia, para aprender sus formas clásicas y por Francia, para contagiarse del movimiento impresionista de la época. Más tarde, recorrería media España retratando sus gentes, su luz (y sus sombras) en 14 pinturas colosales para la Hispanic Society of America en Nueva York.

Y entonces descubrió Andalucía. Sorolla llegó a detestar a los andaluces, y es que no nos entendió a primera vista (como tantos otros): en su primer viaje a Andalucía mostró su rechazo a lo que describió como una tierra llena de tópicos folclóricos. Le hizo falta una segunda visita para comprender esa otra Andalucía que se guarda tras las paredes encaladas y se refresca en el interior, una Andalucía íntima, pausada, refinada. En su extensa correspondencia con su mujer, leemos: «Las impresiones son tan rápidas y tantas que mi cabeza es una olla de grillos. En Córdoba nos dimos un brutal atracón artístico».

Los jardines del museo Sorolla

Finalmente, Sorolla hizo las paces con Andalucía, tanto que decidió incluir en su último proyecto de vida, la construcción de su casa en pleno Madrid, una entrada sevillana, un jardín granaíno y un patio cordobés. Tres espacios que se han convertido en los jardines del museo Sorolla.

Olé, Sorolla. Por un momento me has trasladado a casa.

jardines del museo sorolla
Jardín en el interior del museo. Inspiración en los jardines del Generalife, Alhambra de Granada.

Cómo no entender que deseaba pintar a su amor, a su Clota, junto a los jardines del Generalife y sentarse en un banco de azulejos a contemplar los capiteles cordobeses de Medina Azahara…ay Sorolla, no seré yo quien dude de la procedencia de tales piezas.

capitel califal en museo sorolla
Capitel de avispero procedente de Medina Azahara (Córdoba), siglo X, en el interior del museo Sorolla.

Cómo no entender que el maestro quería pintar al aire libre en su propia casa, como lo hiciera Monet o Kandinsky; quería disfrutar de los colores de un vergel florido, de la paz, intimidad y libertad ofrecidas por el patio andaluz en mitad de la jungla madrileña y a los albores de una guerra mundial; quería escuchar el agua de las fuentes y de las acequias y de la alberca, y trasladarse así a Sevilla, al Alcázar que tantas veces pintó y del que se enamoró…quien no se enamoraría del capricho de un rey cristiano.

…escuchar el agua de las fuentes y de las acequias y de la alberca, y trasladarse así a Sevilla, al Alcázar que tantas veces pintó…

La intimidad de Sorolla

Sin embargo, muchos acuden a tu casa, cruzan el patio precipitados hacia la taquilla, ansiosos por entrar en busca de tus cuadros, y se olvidan de que tu alma también vive en esos jardines que tú mismo diseñaste y trazaste, como proyecto personal donde vivir tus últimos años. Allí pasabas veladas con tu mujer Clotilde y tus hijos María, Joaquín y Helena, a la sombra de la pérgola italiana y de los árboles que tú mismo plantaste: arrayanes, magnolios, naranjos, granados y hasta geranios… Cierto es que el patio es intimidad y es familia.

Fue allí también donde tu alma se quebró, al sufrir una hemiplejía mientras pintabas el Retrato de la Señora de Pérez de Ayala, en 1920.

Jardín de la Casa de Sorolla, 1920.

Desde entonces, enfermo, te recluiste en tu jardín, testigo fiel de tus últimas obras. Como esta en la que, como un presagio, la butaca en la que pintabas aparece vacía. Así se quedaría para siempre desde el 10 de agosto de 1923. Como tú bien decías, todo se va…

Hay que pintar deprisa porque todo se va

joaquín sorolla y bastida

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